jueves, 20 de octubre de 2011

Llegamos a Dinamarca

El sábado 15 de octubre desembarcamos en el puerto de Hirstals.
Una vez en tierra, a salvo del brote esquizofrénico del barco, confesamos nuestro recelo sobre lo que Dinamarca podía ofrecernos en comparación con Islandia.
Sabíamos que se habían terminado los paisajes extraterrestres y las auroras boreales, también las piscinas calientes, y la absoluta libertad de movimiento automovilístico... Un nuevo país se definía en el horizonte, y aunque nos pesase, no quedaba otra que cambiar el chip.
Dinamarca por su parte se mostró acogedora desde el primer momento, parecía tratar de ganarse nuestro interés. El sol brillaba cálido, los colores del otoño empezaban a maquillar el paisaje y los ondulantes prados giraban casi en espiral, hipnotizándonos.
Había que darle una oportunidad, y creo que acertamos. Dinamarca es un país muy agradable.

Pasamos los primeros días entre la pequeña ciudad de Arhus y el Distrito de los Lagos, ambos en la península de Jutlandia, y fue en esta región donde empezamos a descubrir lo que posteriormente consideramos lo mejor del país.

Desde el principio se percibe un gran respeto por la naturaleza. Frondosos bosques salpicados de pequeños lagos rodean las poblaciones de Silkeborg y Skandeborg, integradas perfectamente en el entorno natural.
Fue una maravilla internarse en los bosques daneses, especialmente después de haber pasado tres meses inmersos en el agreste paisaje islandés.
Pasear entre los tupidos árboles, respirar la humedad de la tierra, enredarnos en telas de araña... Sentirnos envueltos por la vegetación refrescó nuestro espíritu aventurero.

Una vez recuperada la curiosidad viajera, descubrimos que la región ofrecía algo más que lagos, bosques y placidez.
En el pequeño museo de Silkeborg se conservan los restos del hombre de Tollund, un señor de la Edad de Hierro que fue encontrado en los años 50 por un par de hermanos (o primos, no recuerdo bien el parentesco) mientras escavaban en una gran turbera de la zona.
Debido a las condiciones de la turba, el cuerpo ha engañado a la descomposición, manteniéndose tan incorrupcto gracias a los misterios de la química, como las monjas incorruptas gracias al misterio divino. De hecho, se considera el hombre prehistórico mejor conservado del mundo.
El hombre de Tollund, acurrucado, parece dormido.Sus párpados están cerrados, sus labios apretados, su frente surcada de arrugas, y una corta barba pelirroja perfila su mentón... es un bello durmiente, un eterno durmiente. Su cuerpo, encogido y deshidratado, tiene tanta presencia que sin querer nos obliga a hablar en susurros para evitar perturbar su sueño.


http://www.tollundman.dk/

La ciudad de Arhus nos pareció amable y viva. Allí visitamos Aros, uno de los museos de arte más importantes del país. 
Aros nos recordó al Guggenheim de Bilbao, salvando la distancias en cuanto al exterior del edificio, claro. También alberga interesantes colecciones de arte moderno, instalaciones,  y algunas exposiciones temporales.
En el momento en que lo visitamos había una sugerente exposición del artista danés Olafur Eliasson, famoso por sus trabajos sobre la tecnología, la luz y el color.
Pero si tenemos que elegir una sola obra de todo el museo, nos quedamos sin duda con el inmenso Boy de Ron Mueck. Ese niño gigante enfurruñado que observa a los visitantes desde su rincón.
La perfección de su cuerpo atrapa y asusta. A pesar de la fragilidad que transmite su postura, su tamaño nos hace saber que podría aplastarnos con un solo gesto, un pisotón o un manotazo bastarían.
Es increíblemente real.
http://www.aros.dk
Abandonamos la península de Jutlandia saboreando la sensación de haber presenciado una curiosa coincidencia. La momia Tollundman, inerte y real, y el gigante Boy, ficticio y vivo, comparten una siniestra vecindad. Y esa contradicción extraña nos remueve en el asiento mientras conducimos hacia Copenhage.

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