sábado, 22 de octubre de 2011

Copenhage

Para llegar a Copenhage nos dirigimos hacia el sur y atravesamos la isla de Fionia cruzando dos grandes puentes sobre el mar.

Una vez en la capital establecimos nuestro campamento base en el camping cerrado de la periferia. El camping está construido dentro un antiguo fuerte, con cañones y visitas al mar. Un lugar alejado y tranquilo, pero bien comunicado con el centro de la ciudad.
El sitio hubiera sido perfecto de haber contado con duchas. Lamentablemente tuvimos que conformarnos con unos tétricos baños públicos de dudosa higiene y sin agua caliente.
Algún ingenioso joven o jovena, seguro que durante una más que probable borrachera, decidió prevenir a las intrépidas meonas con la sucia frase de "hell is here" pintarrajeda en la puerta del baño femenino. Y es cierto, el infierno estaba en ese baño. Aún así, el baño infernal cumplió más que de sobra con su función, rescatándonos de la inevitable inmundicia que acompaña a la vida nómada.

Lo primero que nos llamó la atención de Copenhage fue el importante tráfico de bicicletas. Denso como en cualquier ciudad asiática, pero ordenado y limpio según marcan los cánones escandinavos.
Aquí los ciclistas son los amos de la pista, como decía la canción del colacao. Hay un tour en cada recta, y la rutina diaria en cada cruce. Su determinación al circular intimida tanto a los no iniciados como al resto de vehículos, ganándose el respeto de todos.
Los dueños de la ciudad decoran las fachadas y abarrotan las aceras con bicis de todos los colores, tamaños y formas. Aportan su granito de personalidad y mejoran el paisaje urbano. Le imprimen carácter a la capital, y ese carácter nos gustó mucho.

Copenhage resulta una ciudad atractiva no solo por la omnipresencia de los cicloandantes, sino también por la magestuosidad de sus edificios y la belleza de su casco antiguo.
Incluso Christiania se presenta apacible. Un paraíso hippie trasnochado, culturalmente vivo pero previsible, donde conviven cívicamente coloridos mercadillos de ropa basura, parafernalia y drogas blandas con jugadores de backgamon bebiendo té  y fumando porros de 15 centímetros.

Quizás es ahí donde radica el encanto de esta ciudad. Hagas lo que hagas y estés donde estés, parece que nada malo puede sucederte en Copenhage.

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